miércoles, 12 de noviembre de 2008

CRONICAS

Cuentos Eróticos II


Javier

Mis pestañas rozan con el ojo de la cerradura, creo que me acerqué demasiado pero necesito observar mejor lo que sucede en el cuarto; el armario es un buen sitio para ocultarse. Desde que era muy pequeño siempre me había gustado jugar en el cuarto de mi hermano Juan, su armario era grande y lleno de trebejos que se convertían en mis naves espaciales, criaturas extrañas y doncellas por rescatar, además también me gustaba el olor a hierba… más tarde descubrí que era marihuana.

Pero hoy es una excepción, ya no soy un niño, mucho menos me gusta jugar allí… el hecho es que esta semana se queda en casa una amiga de él, según ellos no son novios pero he visto como bajo la mesa ella toca con la punta de su pie los genitales de Juan, como acaricia su miembro mientras se pone erecto debajo del mantel y ella baja una mano y corre un poco su tanga para meter sus dedos en la vagina. A mi la escena realmente me excita, imagino a Ana con sus delicadas manos pintadas estilo francés agarrar mi pene y masajearlo, su rosada boca formar una “O” del tamaño suficiente para que mi prepucio quede aprisionado en su calidez y su larga lengua se deslice por cada comisura de este.

Ana sabe que estoy aquí, ayer me descubrió; aunque parece que le excita que la vea… de cuando en cuando lanza una mirada a la cerradura y sonríe mientras sentada sobre mi hermano sube y baja introduciéndose su verga una y otra vez y diciendo palabras sucias al oído de él. Mí mano en dentro del pantalón no para de moverse arriba y abajo mientras siento cada vez más calor, unas cosquillas suaves se apoderan de mi miembro… trato de aguantarme pero Ana cada vez más excitada logra venirse dando un grito y estremeciéndose; no logro contenerme, muerdo mis labios para evitar hacer ruido y el semen queda en mi mano.

Juan va a ducharse… salgo silenciosamente con cara de complicidad, una mano empuñada escondiendo el líquido viscoso y la otra tapando la erección que aun tengo… una mirada directa a los ojos y ella viene a mi, abre la mano y la lame, mientras sube una pierna y con sus manos introduce mi pene en ella siento que voy a estallar; esta cálida, húmeda, deliciosa… no pienso en nada más que poseerla, mientras Juan esta duchándose… yo me tiro con tal descaro su novia… beso los senos, toco su piel, apretó las nalgas, entro y salgo a mi antojo, cada vez más duro. No tardo mucho en llegar… ella se contiene los gritos qué antes dejo escapar y yo la apretó fuerte del cabello dando mi última entrada dura y bruscamente mientras siento como me vengo… me separo de ella y salgo de allí. Pocos minutos después mi hermano sale del baño.



Valentina Santacoloma

Baila muy bien el pasodoble, le gustan los toros y es hincha del Once Caldas. Es claro que nuestra bartender de octubre es de Manizales y que, gracias a ella, vale la pena enamorarse más de esa tierra.

Hace apenas dos meses Valentina llegó a Bogotá para estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de los Andes. Ni bien había terminado de desempacar y la gente de Maroma ya la estaba llamando para que trabajara con ellos como bartender, jugada que debe calificarse como estratégica. Porque no de otra manera se puede explicar que tantos hombres la busquemos en la barra para que ella misma nos sirva un vodka tonic, el trago más vendido del lugar. Las razones, por supuesto, saltan a la vista: que un esbelto cuerpo de 18 años de edad y 1,65 metros de estatura tenga el valor agregado de bailar seductoramente toda la noche y decir "a la orden" con el no menos provocador acento paisa que tanto nos gusta, es suficiente para emborracharnos perdidamente con tal de que sea ella la que nos siga dando trago. Y mientras eso sucede es posible que se pierda el espectáculo circense de medianoche, al mejor estilo del Cirque du Soleil. No lo dicen los de Maroma, que son nuestros amigos. Lo decimos nosotros, y con toda la franqueza del mundo: el show es demasiado bueno pero, al lado de Valentina, no es imprescindible. Es mejor pedir una botella de aguardiente —su licor favorito— y verla trabajar. Con eso habrá justificado de sobra el haber salido esa noche.

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