Poco antes del fin
Por Santiago Gamboa
Ahora que el tiempo se acaba, cuando falta muy poco para que las balas destrocen mi pecho, no puedo hacer nada distinto a pensar, volver a sentir, recrear… ¿Y qué recreo? Los momentos nobles de mi vida, los más bellos, los más intensos. Mi vida fue corta. Sé que soy una heroína y moriré por un país que, si llega a existir y a ser libre, tal vez pronto me olvide, como se olvida todo en este mundo, o mucho peor: me banalice, me convierta en aquello que no soy. Pero ¿qué es lo que no soy? Llega la muerte, ya la escucho venir, oigo sus pisadas, zac, zac, parece que titubea, se detiene un instante a pensar. Su cercanía afila mis ojos y veo muy lejos, veo hacia delante como si tuviera un catalejo muy potente sobre un faro cuya luz se proyecta más allá de los siglos. Veo que seremos libres, claro, pero esa libertad será como la alegría del alcohol: nos llevará a la muerte, a la orgía de la sangre, y habrá otras cadenas. Ay, pobre país. Te voy a parir, pero ahora que el tiempo se acaba solo puedo prometerte odio y sangre. Esa será tu riqueza. Nadarás en mares de odio, recibirás como premio cofres repletos de odio. Dios santo. Te llamarás Colombia y muchos morirán como moriré yo, el cuerpo destrozado por las balas. Mi cuerpo. ¿Cómo olvidar el enorme deseo? Yo tenía quince años y esperaba y esperaba. Mi hermoso Alejo y yo íbamos a casarnos y me pasaba las noches bordando mi ropa interior, un modo de preparar y engalanar el teatro de mi cuerpo, mi bajo vientre, mi Monte de Venus, para el sublime acto dramático, el coito, y mientras hundía la aguja en la tela y terminaba una flor, pensaba obsesivamente en mi desfloración, ¿qué voy a sentir?, ¿seré feliz?, ¿será cierto que veré acercarse una estrella distante y esquiva? Cuando el intercambio de líquidos y espasmos culmine ya estaré unida a él, a quien amo, a quien amé y quien también morirá por una idea o un sueño, ¿habrá valido la pena? Mientras bordaba y bordaba flores, estrellas, corazones e iniciales, acariciaba la tela de mis calzones y la besaba, y la ponía contra mis mejillas, y me parecía sentir el momento en que él, por fin, tendría en su mano esa ropa íntima, buscaría su textura y, luego, muy despacio, comenzara a hacerla bajar por mis muslos, lento, no sé por qué pero esto lo imaginé siempre muy despacio, y entonces yo, que en mi imaginación estoy boca arriba, sobre la cama, levantaré las piernas haciendo una flexión y él podrá retirarlo del todo, y ya no habrá nada que me cubra, las flores y estrellas bordadas habrán cumplido, puede que él las tome en su mano y se acaricie con ellas, puede ser, y luego caerán a la alfombra y desde ahí no podrán vernos, solo las sombras de los cirios, dos sombras enfrentadas y acezantes sobre el muro. Muchas veces imaginé su cuerpo desnudo. Ahora que nadie me escucha diré que tuve apenas una imagen táctil. Nos tocamos. Esto parecerá improbable en esa Colombia del futuro humedecida por los complejos y la sangre, pero es cierto. Claro que Alejo y yo nos tocamos y claro que hubo líquidos y babas y jadeos. Somos jóvenes, nos queríamos, íbamos a casarnos, ¿cómo no hacerlo? Los tiempos cambian, ya lo sé. Mi catalejo de siglos me muestra allá lejos, donde están ustedes, una Colombia de jovencitas de mi edad, e incluso menores, despatarradas en camas de moteles después de fornicaciones múltiples, alcoholes y polvos de inhalar. ¡Cuánta piedad siento por ustedes, niñas mías! ¿Serán más felices de lo que yo fui? Sus vidas, al menos vistas desde este hoy improbable, son banales, tristes, tontas… Desde aquí, a punto de ser fusilada, veo el país que estamos pariendo con sangre. Pobre país, pobre futuro. Pobrecitos todos. Fui feliz.
Me enamoré, sentí cosas que no son ideas ni gritos libertarios sino arañas caminando por la piel del vientre. Sentí corretear alacranes por mis muslos y una bola de lava en la entrepierna. Cinceles de mármol cálido entre los cañaverales de mi cerro, ay, disculpen, no quiero ser lírica, no podría serlo, ¿pero cómo narrar algo antes de morir sin que parezca poético?
Bordando mis calzones soñé que era mil mujeres a la vez, y soñé que todas las de esta nación que aún no existe sentían el dolor del parto, parecido al de las balas que muy pronto me van a quitar la vida, que se van a llevar mis deseos y mis ardores secretos, ay, mujeres mías, esa patria en la que ustedes retozan, allá en el futuro, es un pedazo de mi carne chamuscada por la pólvora; niñas mías, en sus sueños y en sus fornicaciones tal vez no haya espacio para recordar a esta pobre mujer cuyo cuerpo tanto deseó, tanto amó, y que se fue a la tierra deseando aún más. Ustedes son mis hijas. Yo las he creado, igual que de mis lágrimas o de mi sudor o de mis jadeos insatisfechos se creará esta nación libre, sí, pero sumergida en el dolor.
Ya vienen por mí, ya los escucho abriendo la reja. Se acabó la vida. No sé qué cara tenga la muerte ni cómo se verá el mundo desde allá, pero no debe ser muy distinto de lo que veo ahora, con mi catalejo de siglos, con mis manos atadas, con mi cuerpo desnudo que ya nadie podrá acariciar. Ya están aquí. Unos me miran con odio y otros con indiferencia. Soy superior a todos.
La muerte hará que sea aún más bella, antes de que no sea cierto.